Hay personas que nunca abrazan, y otras que nunca son
abrazadas. Me pregunto por qué…
Si nos paramos a calcular el tiempo que dedicamos a
quejarnos, refunfuñar, hacer cuentas que no salen, insultar o criticar al
vecino, resulta prácticamente imposible que podamos hacer nada más. Ni siquiera
comer. Y mucho menos querer, sentir, besar…abrazar.
A mí me encanta dar abrazos. Mejor aún, achuchar y
que me achuchen.
Me encantan esos abrazos de oso hasta la asfixia, de
los que te dejan sin aliento y que te duran horas y horas cuando ya se han
terminado.
Los abrazos pasionales, que arrastran, transportan y te hacen volar.
Me gustan mucho también los abrazos que nacen de un reencuentro o de una gran
noticia, con saltitos y grititos adolescentes incluidos.
También son geniales
los abrazos tímidos, pero que nacen de dentro, de esos en los que la otra
persona se acerca como un gatito ronroneante y acaba envolviéndose en ti, sin
manos.
Y cómo olvidar los abrazos de confort, los que surgen de un gran momento
de dolor, abren los brazos, envuelven y aprietan fuerte contra el pecho,
cerrándose al mundo y haciendo que todo se desvanezca.
Hasta los abrazos sociales,
los que se dan por compromiso, de medio lado, sientan bien.
¡Y es que es tanto el bien que te puede hacer un
abrazo!
Un abrazo tiene el mágico poder de parar el tiempo.
Sí, sí, de verdad. ¿No te ha pasado nunca? ¿Nunca has estado a punto de perder
un autobús por culpa de un abrazo y misteriosamente el chófer seguía
esperándote? ¿No has sentido que el mundo dejaba de girar mientras tú te sumías
en un abrazo infinito?
Un abrazo puede curar una herida. Sólo vete a un
parque y espera. En cinco segundos oirás a un niño llorar con la rodilla
rasguñada. Espera otros cinco segundos, un abrazo curará esa herida. Y no
hablemos de las heridas más profundas del alma… Milagroso.
Los abrazos hacen maletas. Como lo oyes. Y si no que
se lo digan a mi amiga, que después de meter 15 pares de calcetines y sólo dos
bragas para una estancia indeterminada en una nueva vida, descubrió que era tan
sencillo como dejarse abrazar.
Un abrazo puede además salvar vidas. Literalmente. (lee la noticia que está pegada en la columna de la izquierda y lo averiguarás)
Un abrazo cambia el look. La persona más fea y
siniestra se convierte en un ángel tras el efecto de un buen abrazo. Demostrado.
Un abrazo aprueba los exámenes más difíciles y
estresantes. Haz la prueba: suelta el boli, levántate y abraza a tu compañero
de estudio. Aprobáis fijo, es un hecho.
Y así podríamos seguir eternamente enumerando los poderes
sanadores de un abrazo. Pero prefiero dejar que lo descubras día a día,
achuchón a achuchón…
Ahora cierra los ojos e imagínate dando un abrazo.
¿A quién se lo das? ¿Sabe rico?
Esto me lleva a los abrazos que cambian vidas. O
mejor dicho, la manera en que enfrentamos la vida. Me explico. Nos pasamos,
repito, demasiado tiempo quejándonos, odiando, lamentando cosas. Propongo que
en lugar de eso, abracemos a nuestros enemigos externos e internos. Estoy últimamente entrando en una fase tentadoramente
reconciliatoria y me ha dado por abrazar interiormente a tod@s mis ex amig@s (término
que, por cierto, causa mucha risa, no sé por qué). Y estoy pensando seriamente
en hacer un tour y dedicarme a abrazarles de verdad. Sería desconcertantemente
relajante y sanador, no tengo la más mínima duda. Pero mientras me decido, me
conformo con hacerlo mentalmente. Te invito a que pruebes, mal no te hará, y
quizá te funcione.
¡Ah! Y nunca olvides abrazarTE, envolverte,
quererte. Reconocer en ti lo positivo, transformar lo negativo en cenizas y darte
un achuchón reconciliatorio.
Y cuando termines, celébralo abrazando a todo el
que tengas cerca, especialmente a quien no te lo pida. Olvídate de miedos, distancias interpersonales y movidas mentales. Llena el mundo de
energía positiva en forma de abrazo.
Porque la vida es una abrazo continuo, ¿no lo ves?
Yo sí, y además tengo la gran suerte de tener
achuchadores profesionales disponibles a diario. Wow!!