Me encanta la gente. Me encantan sus cosas, su risa,
su llanto, su alegría y su tristeza.
Me encanta escuchar, callarme y dejar que me cuenten
y luego contar yo también, compartir.
Me encanta vivir entre gente, empaparme de gritos y
alboroto, de conversaciones ajenas y robadas, o de otras privadas y en la
intimidad.
Una cosa que me gusta mucho de las personas es su
inmensa capacidad para volverse loca, comerse la cabeza y hacerse
pajas mentales. Me resulta fascinante, sobre todo en esos días en que el mundo
parece volverse loco, la comida está a precio de oro, los políticos y demás
profesionales variados se empeñan en defender lo indefendible y tú no puedes
dejar de pensar en los kilos que te sobran, en que el bikini no te va a caber y
en que tu amiga del alma ayer se empeñó en recordártelo. ¡Puta!
Fascinante, lo que os digo.
Hace bien poquito, en una de mis múltiples
conversaciones vagabundas (de esas que empiezan comentando la gala de Gran
Hermano y terminan allá por la Grecia Antigua), una amiga me preguntaba, ilusa
ella, cómo puede una conseguir que no le afecte lo que los demás le digan o le
hagan. En una palabra, conseguir pasar y ser feliz. Cómo enfrentarse cada día a los lobos y
sentirse bien con ellos y con una misma. Casi nada.
Yo me trasladé mentalmente a mis años universitarios,
a aquellos días en los que intentaba absorber algo de conocimiento entre risas
y palmeras de chocolate y recordé a un viejo profesor, de esos sabios. Pero
sabio de verdad. De los que enseñan psicología de la que se puede usar, de la
que cambia nuestras actitudes y nuestra manera de ver la vida, el mundo y
nuestras relaciones personales. Solía decirnos que no nos sentimos bien o mal
por algo que nos ocurra o por algo que otra persona nos haga o nos diga, sino
por cómo interpretamos esos acontecimientos.
Por ejemplo: mi amiga del alma insinúa que el
chocolate ha conseguido que mi bikini no me entre. Vamos, que estoy demasiado
gorda para ese bikini. Ante eso, pueden ocurrir dos cosas: que yo monte en
cólera porque mi amiga me ha llamado gorda, me lo tome como un insulto y me
cabree monumentalmente con ella, la destierre y empiece a ir en traje de
neopreno a la playa. O puedo simplemente asumir el comentario como lo que es:
un comentario. He engordado y el bikini me queda pequeño, o me compro otro o me
pongo en modo Operación Bikini.
Conclusión: la primera interpretación me hace
desgraciada, me bloquea, paraliza y aísla. La segunda me mueve al cambio, a
sentirme bien y me deja el camino libre a que sea feliz conmigo misma y mi amiga.
Lo más importante es distinguir entre lo que me ha
ocurrido, dicen o hacen los demás y lo que yo hago con ello. La clave está en cómo yo interpreto la
situación.
Ya os he dicho que era un profesor muy sabio.
Nuestro día a día está lleno de ejemplos como este,
cosas muy pequeñas o exageradamente grandes, que nos van comiendo por dentro
hasta que creemos que no podemos hacer nada por cambiar o mejorar. Pero el cambio está ahí,
dentro de nosotros mismos, al alcance de nuestra mano.
Os dejo un vídeo muy revelador, de otra persona sabia
de verdad. Hay personas que dicen que leer su libro les cambió la vida… ;))
No he respondido todavía a mi amiga. Pero cuando la
vea le diré que desde mi punto de vista, la verdadera sabiduría reside en no
comerse la cabeza, encontrar lo que te hace verdaderamente feliz y a
gusto y desechar lo que no. ¿A que sí, profesor?
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